¡Hola mundo!

•4 marzo, 2011 • 1 comentario

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•27 May, 2008 • 4 comentarios

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Tacuba… el pasado se hizo presente

•12 febrero, 2007 • Deja un comentario
“…y qué recuerdos los que vuelan esta noche
de donde hace tantos años
se habían quedando durmiendo…”
Fernando Delgadillo

¿Qué llevaremos de comer?…

Era una de las cuestiones que nos ocupaban en aquel momento, mientras nos dirigíamos al barrio de Tacuba; sin embargo, innumerables preguntas no expresas flotaban en el reducido espacio de aquel vehículo que nos transportaba hacia la calle de Lago Erie, lugar donde mi padre había vivido su juventud, y junto con ella una serie de experiencias que más de una vez he escuchado, pero que nunca había compartido de manera tan vivencial como el día de hoy. Como ingrediente adicional, mi madre presente y dispuesta a llenar sus pulmones de un aire cargado de pasado propio y colectivo.

Ya en el camino comenzaban a hacerse presentes aquellas personas que de manera circunstancial, dejaron impregnados sus rostros y nombres en las memorias de mis padres; a manera de ejemplo, el maestro Pepe De la Rosa, de quien se comentó su funesto destino.

-Mira, es el único edificio que no ha sido remodelado- comentó mi madre, mientras observaba a través de la ventana, el edificio donde había crecido y donde, dicho sea de paso, conoció al hombre con quien habría de darle el inmenso regalo de la existencia a quien edifica este relato.

Aún no daban las cuatro cuando llegamos. Algunos ya se encontraban ahí y los otros no tardaron demasiado en hacerse presentes. Poco a poco, conforme los minutos transcurrían, el calor humano volvía a llenar de vida aquel desolado lugar. Tíos, primos y sobrinos nos saludábamos a cada instante al tiempo que nos poníamos al día de nuestras vidas y las de los más cercanos de cada cual.

Nada concreto queda ya de aquel largo patio con habitaciones al costado derecho. Hoy, esa casa que los vio nacer y crecer ha sido demolida para convertirse en un salón de fiestas que ha dejado de funcionar como tal, y que a su vez pronto se convertirá en el hogar del ahora dueño del predio. No obstante, las miradas de todos ellos, y de nosotros, los de las nuevas generaciones, volvieron a construir todos y cada uno de sus muros. Luego, decenas de historias se hicieron presentes y parecieron tan reales que casi pude escuchar a aquel perro aullando con la música de Ken Griffin. Fue posible incluso, que los ausentes nos acompañaran con tan sólo pronunciar su nombre.

Si pudiera dibujar a través de estas líneas lo sucedido durante aquellas horas de estancia y convivencia con la familia a la que pocas veces me doy la oportunidad de disfrutar, diría que, en un primer momento, el ambiente estuvo cargado de una sofocante añoranza. Sin embargo, como si cada minuto que transcurría representara los pasos que todos los presentes habían tenido que dar para llegar a este momento, la nostalgia fue convirtiéndose en un amistoso saludo al pasado y en un mensaje de bienvenida a los años futuros, pues mirar a su alrededor y observar las utilidades de sus éxitos y desventuras, confirmaron que la vida es un tranvía al que bien vale la pena subirse, y que el tiempo es un buen compañero de viaje.

Esta tarde y para siempre, el número 62 de Lago Erie, volvió a ser frente a mis ojos lo que sólo a través de palabras había podido ser capaz de incorporar a mi mente, el hogar de mi padre.

Febrero 10, 2007

La Recoleta y cena en el «Sucre» martes 18

•2 agosto, 2006 • Deja un comentario
 
 
Un día más sin desayuno. Dice Juan que a él también le costó mucho acostumbrarse al horario pero, carajo, sólo son dos horas de diferencia. No debía ser tan difícil. Desperté a las doce y media de la tarde. La única opción que tenía era pedir servicio al cuarto y así lo hice. Yogurth de frutilla, huevo gramajo, café con leche y dos medias lunas a la una de la tarde, justo cuando todos los porteños están dejando cualquiera que sea su actividad para disfrutar del almuerzo. El desayuno se acostumbra mucho más temprano.
 
Entre que el servicio tardó y yo también en darme un baño y arreglarme, salí del hotel a las tres de la tarde. La Recoleta era el destino. A ciencia cierta no sabía qué habría de encontrar ahí, pero a sugerencia de Wichilo y de Juan, me dirigí a aquel barrio. En el camino, el taxista me dio algunos tips acerca de los lugares que podría visitar en esa zona y algunos datos de ubicación.
 
– Mirá, ése es el "Patio Bullrich", un shopping que vale la pena conocer – dijo. Más tarde me enteré de que aquél es el centro comercial primerísima clase de Buenos Aires. Las mejores marcas convergen dentro y alrededor de ese shopping.
 
– y mirá, ése es el Hotel Alvear, el más lujoso y caro de la Ciudad – agregó.
 
Finalmente, llegamos a una placita donde se encuentra el cementerio (ya había escuchado de él), la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar (¿Nuestra? mía, de preferencia, por favor) y el Centro Cultural Recoleta. Me dirigía al Centro Cultural cuando, al final de la vereda, observé un anuncio que decía "Buenos Aires Design". Parecía como la entrada de una estación del Subte (metro).
 
– ¿Qué es ahí, perdón? – pregunté a un policía.
– Es el Buenos Aires Design, un shopping de decoración.
 
Si Buenos Aires es la capital del diseño, estaba obligado a entrar a aquel centro comercial.
 
Joyas, playeras, portarretratos y algunas piezas en madera en la primera tienda. Después, una escalera eléctrica me llevó directamente a una tienda de todo: manteles individuales, cubiertos, delantales, relojes, cajitas, cajotas, cuadros, etc. Mi sentido de la vista comenzaba a extasiarse. La capital del diseño….
 
Al salir de la tienda comienza el centro comercial en forma; es decir, tal y como los conozco. Créanme que fue tan fascinante entrar a la tienda de muebles, como de lámparas, como de cunas para bebé y como muebles de baño. Soñé durante tres horas continuas. Armé mi casa completita. Estas sillas, aquel sillón, esta mesa; la pared en rojo para que contraste con el color de los muebles; estas lámparas. Qué bien.
 
En la parte superior del shopping, hay una terraza enorme con restaurantes, comenzando por el Hard Rock Buenos Aires. Entre uno y otro de estos restaurantes, algunas tiendas de diseño y, al final de la terraza, una tienda de artesanías. En ésta última, la mujer más linda que he visto en toda mi estancia en Buenos Aires. Cabello castaño claro, ojos verdes de mirada profunda y una sonrisa más que encantadora.
 
Al terminar mi recorrido por aquél lugar y después de documentarme en la Oficina de Información Turística que en él existe, respecto de los museos que ameritan conocerse, caminé hacia el Centro Cultural Recoleta que, por cierto, era mi destino original.
 
Muchos de los diferentes tipos de artes visuales convergen en ese lugar. Si había que cerrar el recorrido con broche de oro, el Centro Cultural fue la mejor opción. Lo recorrí por completo en alrededor de dos horas y posteriormente me dirigí al hotel.
 
Como al día siguiente era Miércoles y según la sugerencia porteña era el día obligado para ir a Opera Bay, un antro en Puerto Madero que está de moda y que, según Juan, no tiene comparación con ningún otro al menos en la Capital Mexicana; el martes ameritaba cenar tranquilamente y guardar energías para la siguiente jornada.
 
Al llegar al hotel, me encontré con que el plan estaba hecho. Iríamos a cenar a un restaurante que le habían recomendado a mi compañero de cuarto durante su visita a Bariloche: Sucre, restaurante. El lugar es hermoso. Quizás lo que más me ha gustado de aquél restaurante sea la manera en que se contrastan las formas y los colores. En la entrada se ve un porton enorme que invita a pensar que en el interior encontraremos un lugar un tanto solemne. Los muebles, el piso y la decoración en general son serios y de colores muy oscuros. No obstante, la barra tiene como fondo visual, una serie de repisas en las que se encuentran las botellas de bebidas alcohólicas existentes. Éstas están acomododas e iluminadas de manera tal, que es imposible no voltear a verlas y admirar un rato su esplendor. Ese contraste y el golpe de color que desde cualquier punto del lugar se recibe, hacen del Sucre un lugar digno de recordarse.
 
No obstante, lo mejor de la noche no fue el espacio físico, sino la risa incansable que todos los presentes nos provocábamos unos a otros. No fue noche de grandes temas sino de estúpidos comentarios que provocaron una cadena de carcajadas dignas de recordarse.
 

 

Un día en la Florida (abril 17)

•18 abril, 2006 • 4 comentarios
¡¡¡Tanta belleza encabrona!!!
 
 
Finalmente pude disfrutar un desayuno en forma. No fue fácil, pues tuve que poner mi despertador para lograr despertar antes de las once. Han de saber que los que atienden en el restaurante del hotel, recogen el desayuno a las once en punto aunque uno se encuentre sentado ahí acabado de llegar. En fin, un yogurth bebible de frutilla (fresa), huevos con jamón y jugo de naranja me brindaron el primer placer del día. Serían muchos en adelante.
 
Regresé a la habitación a tomar un baño y, posteriormente, salí a la calle. Originalmente el plan era recorrer la Avenida Santa Fe, llena de comercios de todo tipo; pero, a sugerencia de Juan, decidí recorrer primero la Avenida Florida, una calle peatonal que ofrece comercios para todo gusto y cualquier interés posible.
 
– Yo te recomiendo ir primero a la Florida, güey. Es la primera calle que yo recorrí aquí en Buenos Aires. Además, es la hora de la comida y todo mundo está en la calle. Te va a gustar – dijo mi amigo; mi hermano y ahora compañero de habitación.
 
En cuanto salí del hotel, conocí una ciudad completamente distinta a la que había visto en los anteriores días. La diferencia radica principalmente el ritmo con el que los porteños y visitantes caminan; se nota inmediatamente que van contra reloj y concentrados en los pendientes de la semana. Además, su vestimenta. Quizás una de las cosas que más me gusta de este lugar es el estilo con el que visten sus habitantes. Una mujer viste un pantalón oscuro (es otoño aquí), un suéter, bufanda, un saco y abrigo. Un hombre viste traje común perfectamente ajustado, tal y como lo dicta la moda, y encima un abrigo o gabardina. Todas las telas combinan a la perfección; todos los porteños, a su vez, combinan entre sí. La belleza de las mujeres es la gran constante pero la vista jamás llega a acostumbrarse. ¡Tanta belleza encabrona!
 
La calle Florida, tal y como lo dijo Juan, es digna de recorrerse con tiempo suficiente. Las grandes marcas están allí a precios inconcebibles. Moda, piel, perfumes, tiendas deportivas, galerías de arte, artesanías, restaurantes y bellas construcciones envuelven el ambientes. En el medio de la calle, artistas ofreciendo un espéctaculo a cambio de una moneda. Rostros hermosos en cada ángulo al que uno desea voltear y unas ganas inmensas de tener más de dos ojos. ¡Tanta belleza encabrona!
 
Conviene venir con mucho dinero, con todos los ahorros del año para poder satisfacer la adicción al consumo, pero aún no haciéndolo, vale la pena vivir la maravillosa calle. Por mi parte he decidido no comprar demasido aún. Sé que aún hay muchos lugares qué visitar y quisiera dejar esto para lo último. Conocer y disfrutar es la prioridad.
 
 
Más tarde, cuando el hambre se volvía en algo insoportable, decidí entrar a un restaurante, donde disfruté de un suculento pollo a la naranja, con puré de manzanas. De ahí al ciber café, a relatar el día anterior en San Telmo. Estando en internet me encontré con Wichilo, un gran amigo pintor que mi flaca y yo conocimos en Puerto Escondido y con quien nos vimos varias veces, tiempo después, en la Ciudad de México. Ahora está en Tijuana.
 
– Hola Erick, ¿dónde andas?
– Ahora mismo, en Buenos Aires – respondí.
– Qué chido. Yo viví por allá varios meses. Te voy a pasar los datos de algunas amigos y amigas para que los contactes, te tomes fotos con ellos y les digas que los extraño y que sigo muy agradecido con ellos.
– Claro que sí, Wichilo. Mándame los datos y lo haré por ti.
– Bien, no dejes de visitar la Recoleta; es un lugar increíble y vale la pena ir a los museos que hay por ahí. Es muy interesante el arte joven de Buenos Aires.
 
Lo único que Wichilo me dio fueron las direcciones de correo electrónico de la gente con la que estuvo aquí. Les he enviado un correo a todos y veremos qué sucede en adelante.
 
 
Por la noche me encontré con Juan en el hotel para salir a cenar. A sugerencia de la gente del mostrador, en el lobby del hotel, caminamos por la calle Juncal hasta la Avenida 9 de julio y, caminando sobre ésta, llegamos a un lugar que se llama "la Recoveta", que es un conjunto de elegantes restaurantes, a unos pasos del Hotel Four Seasons. Piagent (algo así) se llamaba el lugar que escogimos; la decisión fue simple: ¿dónde hay más minas que admirar?. Un rack de cordero, ensalada Proveta, una botella de Malbec Latitud 33º y una buena charla, nos darían los últimos placeres del 17 de abril.
 
Más tarde, a dormir no tan tranquilo como hubiera deseado, pues Argeliux había jugado con mis sentimientos haciéndome una broma relativa a la situación en el trabajo; pero ahora sé que fue broma y me ha hecho reir suficiente. Un abrazo, Argeliux! 
 
 
 

Día Tres. San Telmo y María Felix.

•17 abril, 2006 • 1 comentario
La resaca que dejó el viernes por la noche, ayer aún hacía eco. Me costó tanto trabajo levantarme de la cama…
 
De no haber sido por el hambre que sentía, me hubiera quedado hasta las cinco de la tarde dormido, pero algo tenía que desayunar. Legaron a mi mente imágenes que me invitaban a apurar el paso y bajar al restarurante: un plato de papaya, un jugo de naranja, un plato de cereal y, ojalá fuera posible, unos huevos rancheros. Me puse el primer pantalón que me encontré y salí de la habitación.
 
– Buenos días – dije – ¿Aún hay desayuno?
– Buenos días. No, ya recogimos todo. Tendría que cargarlo a la habitación.
– Ah, claro. No hay problema. Sabes qué quisiera Lily, un plato de fruta – Hubiera dicho papaya, de haber estado seguro que no es una palabra que ofendería sus oídos.
– Claro, te puedo ofrecer un plato de naranja, manzana o banana – No, creo que habríamos de descartar la fruta.
– No, Lily, mejor dame la carta y ahora te digo qué me traigas, vale?
– Bárvaro.
 
La carta del restaurante no ofrecía nada que pudiera antojárseme para desayunar, así que opté por los universales huevos revueltos y un café con crema del que, por cierto, la crema no sabía a crema y el café me dejó un estado ansioso el resto del día y sin sueño gran parte de  la noche. No más. Una siesta después del desayuno y después a conocer el barrio de San Telmo.
 
A las cinco de la tarde, cuando me disponía a salir de la habitación, Juan llegó de Barioche. Ropa nueva, tenis nuevos, maleta nueva, cepillo de dientes nuevo, gel para cabello nuevo (para aumentar su colección), desodorante nuevo y lentes de sol nuevos. Recordarán que la mañana en que debía partir, se nos hizo tarde y sólo salió del hotel con pasaporte y boleto de avión en mano.
 
Después de platicarnos mutuamente las novedades del fin de semana (ahora sí novedades), le comenté que iría a conocer Bariloche.
 
– ¿Crees que sea todavía hora para ir? – pregunté.
– Sí, pero vete ya porque si no se va a empezar a ir todo el mundo. Güey, me encantaría acompañarte, pero la verdad es que estoy cansadísimo. Te propongo que en lo que vas me duerma y descanse y después nos vamos a Palermo o a Puerto Madero a cenar algo – agregó.
– No te preocupes, bro. Nos vemos al rato aquí y cenamos.
 
 
San Telmo es un barrio antiguo donde tradición, cultura, música, y más de una mirada profunda convergen. Tiene una calle empedrada por la que los visitantes transitan, ocupada por comerciantes ambulantes que, en general, ofrecen una gama de antigüedades, desde joyas hasta cámaras fotográficas y utensilios de cocina; y artesanos. En cada esquina hay un café que invita a pasar y respirar su ambiente. Asimismo, sobre la calle, cada quince metros hay algún artista urbano. Un marionetero, un "domador" de periquitos de la suerte, un trío, un "gardel" que baila (o toca, no sé) por una moneda, etc.
 
Para cuando llegué, los artesanos ya estaban recogiendo sus puestos, de modo que no pude apreciar lo que ofrecen. Además, la noche estaba casi entrando, por lo que no pude tomar todas las fotos que hubiera querido. Es por eso que he decidido regresar el próximo domingo pa´ no quedarme con las ganas.
 
Caminé por todas las calles aledañas intentando conocer lo que en ellas hay. Se sorprenderían de ver la cantidad de casas viejas convertidas en tiendas de antigüedades que se ven en aquel barrio. Todo venden. Es tanto que cuesta trabajo interesarse por algo en particular. Los amantes de visitar "La Lagunilla" enloquecerían en ese lugar.
 
Caída la noche decidí entrar al "Café del Árbol". Mi decisión se basó en que una mujer se acercó a mí y al darme una propaganda me dijo que a las siete en punto comenzaría el espectáculo de música en vivo que incluiría en el repertorio algunos tangos y música de Sabina, Serrat y otros más. Una empanada de pollo (no había de carne) y una Coca Cola para acompañar. A mi lado, dos argentinos y una mujer impresionantemente bella (y miren que después de tres días es difícil impresionarse) de algún país de habla inglesa, no sé cuál, al que tendría que regresar el día de hoy. 
 
Terminada la sesión de música y bohemia, salí con la idea de buscar un taxi que me llevara de regreso al hotel; sin embargo, me sorprendí al darme cuenta de que en la pequeña plaza en la que por la tarde se tienden los artesanos, había alrededor de veinte parejas bailando tango, rodedados de mesas donde la gente esperaba turno para bailar mientras bebía un poco de mate. Alrededor también, mirones como yo disfrutando el espectáculo. El Tango es un baile, ustedes lo saben, muy sensual. Si las mujeres no tienen zapatos altos deberan bailar todo el tiempo con únicamente las puntas de los pies. Su gusto por bailarlo se transmite.
 
– ¿Todos los argentinos saben bailar esto? – pregunté a una porteña que se había sentado justo al lado de mí. 
– No, no todos. Casi nadie.
 
 
 
Al regresar al hotel, encontré a Juan tirado en el sillón de la sala viendo la tele: The O.C.
 
– Qué bueno que llegaste, me estoy cagando de hambre – dijo.
– Pues vámonos. ¿A dónde vamos a ir?
– Pues mira, perdón… yo sé que vienes de allá, pero yo ya estoy cansado de bife. Hay un restaurante mexicano en Palremo. Se llama María Félix. Quiero comer algo picosito.
– Pues vámonos entonces.
 
Como bienvenida, una margarita cortesía de la casa.
 
Los que han estado en otro país y en algún momento han decidido visitar un restaurante mexicano sabrán que la carta de alimentos es adorablemente alentadora: mole con pollo, tacos al pastor, enchiladas, chilaquiles, carnitas, etc. Cuando la comida llega, la realidad se hace existente. El mole no es mole, las enchiladas tienen un ligero sabor a pizza y nada, absolutamente nada, pica. Pero uno se siente más cerca de casa, sobre todo si, como ayer, la música toca "Hermoso Cariño".
 
La idea original era quedarnos en la Plaza Serrano, en Palermo, pero la zona estaba desértica y decidimos volver al hotel. Ya regresaremos cuando haya más gente.
 
 
 

¿Dónde estás?

•15 abril, 2006 • Deja un comentario
"Y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar
y me puse a gritar dónde estás"
Joaquín Sabina
 
 
He dudado tando acerca de volver a escribirte, que no sé si habré de publicar esta entrada. He pensado en dedicarle el tiempo que sea necesario para hacerlo pero, por uno u otro pretexto, lo he venido postergando. No voy a decirte que no he pensado en ti, ni que nuestro fracaso ha dejado de dolerme en la espina dorsal. Sin embargo, ante las innumerables muestras mutuas de que este rompimiento pudiera ser definitivo, he decidido en más de una ocasión, no llevar mis sentimientos más allá.
 
No obstante, hace algunos días tu ausencia fue insoportablemente sofocante. Miércoles 12 de abril. Me encontraba en mi casa, a escasas horas de partir hacia el aeropuerto a tomar el avión que me traería a la Ciudad de Buenos Aires. Las prisas y los momentos de tensión provocados por el cambio de fecha del vuelo, la incertidumbre acerca de si Maru me daría permiso de ausentarme unos días más de lo acordado ante la posiblidad de no encontrar cupo en el vuelo del viernes 21; y el nerviosismo natural de vivir una experiencia como ésta, fascinante sí, pero también imponente, no me habían permitido asuntar lo que en ese justo momento, mientras introducía en la maleta las prendas traería conmigo, recordé: Llevaba más de tres años viviendo estos momentos contigo y con nadie más. Los recuerdos llegaron a mi mente como cascada, uno a uno, con ritmo acelerado. Todos, salvo un par de viajes a San Luis Potosí por motivos de fiestas familiares, los he hecho contigo. ¿Dónde estás?, me pregunté. ¡¡¡¿Dónde estás, flaca?!!! Quise gritarlo, quise gritarte; quise callarte.
 
Se supone que este tipo de experiencias las viviríamos juntos: Argentina, Nueva York, Europa (pasando por Ibiza, obviamente). Se supone que estos grandes pasos serían compartidos y quedarían grabados, con el mismo número de imágenes, en nuestras conciencias para siempre. ¿Por qué no estabas cuidando los detalles de siempre? ¿Por qué no estabas apurándome para no llegar tarde al aeropuerto? ¿Por qué no tenía esta sensación angustiosa que me llevaba a rogar a cielo que no llevaras más de dos maletas esta vez? ¿Por qué no estabas, flaca? ¿Por qué no estábamos? ¿Por qué no estamos aquí?…  Al tener todos estas ideas en mi mente, el llanto en mis ojos se hizo presente. Lloré como un niño por un largo rato, al tiempo que puteaba por tu ausencia.
 
Cuando la crisis terminó pensé en llamarte pero, no existe otra explicación, el miedo al rechazo me impidió hacerlo. No lo hubiera soportado y se habría incrementado al doble mi tristeza (si es que eso fuera posible). Y desde aquel entonces he querido hacértelo saber. Y desde aquel entonces sigo preguntándome dónde estás y dónde estamos, más allá de la geografía.
 
El primer día que llegué visitamos un lugar que, lo sé, está hecho para nosotros. En ese momento supe que adorarías este país y su ciudad capital, y cada momento que pasa lo confirmo. Te encantaría, no tengo ninguna duda. Hay que verlo todo, porque todo es hermoso. Hay que vivir la belleza de este lugar minuto a minuto. Hay que comerlo todo, porque todo es delicioso. Oler, tocar, sentir, vivir, vibrar. Éste es el lugar ideal. Este es nuestro lugar ideal. Daría lo que fuera por que estuvieras aquí, a mi lado.
 
La paso bien, no lo niego. Me divierto y disfruto todo lo que puedo en cada momento; pero siempre está en mí, implacable, ese vacío que me reitera tu ausencia. No lo olvido, no estás. No te olvido. No me olvides.
 
 
 
  

Día dos (complemento)

•15 abril, 2006 • Deja un comentario
Que probablemente no saldría ayer por la noche para poder despertar temprano y estar al cien conociendo Colonia. Que aún no me acostumbro al horario y por ello sería una noche tranquila. ¿Eso dije, verdad?
 
Al salir del ciber café, al rededor de las 10 de la noche, me dirgí a mi habitación a fin de decidir qué hacer en adelante. "No seas abuelo", dijo Anacarla a través del Messenger cuando le comenté que no saldría esa noche. "No seas abuelo", sus palabras daban vueltas en mi cabeza y a cada paso me decía a mí mismo: Estoy en Buenos Aires, quizás valga la pena arreptentirme de hacer algo, más que de no haberlo hecho.
 
No sabía a dónde ir, ni a partir de qué hora podía hacerlo. Tanto Juan como la guía que mi primita Anacarla me prestó dijeron que en esta ciudad se visitan los boliches (la denominación porteña de antro) a partir de la una o dos de la madrugada (les recuerdo que eran las diez de la noche), pero había una posibilidad de resolver la duda. Llamar a Flor, la única porteña de quien tengo número teléfonico y que en el viernes por la noche dijo "No estarás solo, Erick. Llamá cuando quieras". La noche anterior había sido mortal y para ella, teniendo a Juan y a Jerry en Buenos Aires desde días atrás, no era la primera. Por ello y porque había tenido que ir a trabajar, dudaba que quisiera salir, pero sí podría darme alguna pista de hacia dónde dirigirme para beber una cerveza, escuchar un poco de música y mirar gente.
 
– Flor, soy Erick.
-Erick! ¿por qué no habías llamado? – dijo – Estoy en Puerto Madero con Jerry, cenando, y hemos reservado un asiento para vos. ¿Dónde estás?
– Estoy en mi hotel pero, espera, ¿estás con Jerry?, ¿No se fue a Bariloche? – agregué.
– No, perdió el primer vuelo y volvió a perder el segundo – ya te contaremos- pero ¿venís con nosotros?
– Sí, Flor, voy para allá. ¿Dónde están exactamente?
 
– Erick – una voz que definitivamente no era la de Flor sonó a través de la bocina – ¿dónde estabas cabrón? Te dejé mensaje en tu habitación de que me llamaras al Sheraton.
– Qué onda Jerry. Me imaginé que tenía mensaje porque una luz parpadeaba en el aparato telefónico, pero no supe cómo recuperar los mensajes.
– ¿Ya comiste, güey?
– Ya comí hace un rato, pero dime dónde están y los alcanzaré ahí.
– Estamos en Puerto Madero, en la calle Alicia Moreau de Justo 1050. El lugar se llama Tocororo.
– Vale, voy para allá.
 
Tocororo es un restaurante cubano en el que, de cada 10 canciones que tocan, 3 son de Gloria Estefan. Se encuentra en Puerto Madero que, como su nombre lo indica, se encuentra en las orillas del Río de la Plata. De día es bonito, de noche es majestuoso. Está lleno de tiendas y restaurantes con anuncios luminosos. De haber ido solo, la decisión más compleja hubiera sido qué lugar escoger. Todos se antojan de sobremanera.
 
Al llegar al lugar, busqué la mesa donde estaban mis nuevos amigos. Esperaba ver a dos, pero había una tercera persona de quien, no me lo tomen a mal, pero no recuerdo exactamente su nombre (Felicia, Florencia o algo parecido).
 
– Mesero, te encargo un vodka tonic, por favor – Dije. Sería el primero de la noche.
 
La plática obligada entre dos mexicanos y dos porteñas se dio entre risas y tragos. Cómo son las mujeres aquí y allá y, por supuesto, cómo somos los hombres. Qué nos gusta, qué no nos gusta; qué nos hace felices y qué no; cuál de nuestras relaciones en nuestro pasado nos hicieron felices y cuáles no y, por supuesto, por qué.
 
De ahí, con unos cuantos tragos más encima, del amor pasamos al tema "sexo", que ocupó nuestra atención durante algún tiempo. Qué queremos y qué buscamos a través de él; qué esperamos del otro cuando sucede; y qué momentos no cambiaríamos por nada.
 
– ¡Vamos a un lugar donde la música suene más fuerte! – dijo Felicia (digo, por ponerle un nombre).
 
Todos (y me incluyo como si de verdad hubiera tenido alguna idea) nos preguntábamos qué lugar sería el indicado para ir. Existen, al parecer, innumerables opciones pero, para Felicia, es importante que no toquen música electrónica, pues no la soporta por mucho tiempo. Sin embargo, ella tampoco sabía a dónde ir.
 
Minutos más tarde Jerry, con la experiencia que al parecer le ha dado el viajar demasiadas veces solo, conoció a un cubano que andaba en el mismo restaurante que nosotros. No sé si era empleado, dueño o visitante del lugar, ni cómo lo conoció; pero el caso es que gracias a eso la solución estaba lista. Iríamos con él y la mujer porteña que lo acompañaba, a un lugar de nombre "Oye chico". Para que tengan una idea clara, es como un "Mamarrumba" muy pequeño, donde los que mejor bailan, sin duda, son los propios cubanos que visitan el lugar. Da envidia.
 
A las cinco de la madrugada, el primer y único mojito que me bebí en el lugar, provocó un efecto devastador en mi cuerpo. Sabrán, lo que me conocen, que beber mucho no es lo mío y que difícilmente excedo mis límites. Pero debía evitar ser abuelo según las recomendaciones de mi prima. Mala, muy mala idea. Hubiera querido acompañar a Jerry en su vigilia anuciada para no perder nuevamente su vuelo, mismo que salía a las siete de la mañana de hoy; pero de haberlo hecho no sé cómo hubiera terminado la historia. Me sentía muy mal, extremadamente mareado y lo único que deseaba era llegar a mi hotel y refugiarme en el sueño. Le pedí al bar-tender que me hiciera favor de solicitar un taxi, quien, después de hacerlo, me informó que el mismo llegaría 10 minutos más tarde. Al contrario de mis pronósticos, Jerry y Flor decidieron irse conmigo, en el mismo taxi, para descansar un poco, supongo. A esa hora, yo ya no articulaba sino las palabras más básicas. Felicia se había ido con Pancho, un porteño con quien sale de hace un mes, aproximadamente una hora antes.
 
Más de uno pagaría por haberme visto en el trayecto hacia el hotel, se los juro. Pedísimo, casi completamente dormido en el asiento delantero. Con Flor y Jerry en el asiento de atrás, en el mismo estado. Al llegar al Sheraton, el taxista nos tuvo que despertar.
 
– Adios, Jerry. Adiós, Flor. A Suipacha y Juncal, Hotel Suipacha, por favor, señor – Dije al taxista esperando llegar cuando antes. Así fue, en dos minutos estaba en la puerta del hotel.
 
 
 
Eran las dos y media de la tarde cuando desperté. Se supone que yo debía haber estado en la terminal del Buquebús entre las 9 y las 10 de la mañana, para contratar un tour a Colonia y tomar el Buque a las 11:15. Lo bueno es que no había pagado los boletos aún. "No hay problema, puedo aprovechar para ir a San Telmo hoy y mañana a Uruguay", pensé, pero la cruda que hasta ahora existe en mí, con su típico dolor de cabeza, malestar estomacal y ganas de hacer nada, se ha apoderado de mi ser y pareciera que nunca más habrá de desaparecer. No sólo no tuve el ánimo de ir a San Telmo. Tampoco lo tuve para siquiera salir a comer. Pedí un sándwich al cuarto y una Coca Cola bien fría, y luego otra más. ¡¡¿Dónde están los tacos?!!!!. Hubiera dado lo que fuera, lo juro, por tener unos tacos de barbacoa en mi paladar, un consomé y veinte boings de guayaba.
 
No he hecho nada en el día más que ver la tele y al infinito alternadamente y, ahora, escribir esta historia.
 
 
Como datos adicionales les comento, en primer lugar, que no sé si Jerry volvió a perder el avión. Juraría que así fue, pero le he llamado un par de veces y no contesta en su habitación. En ese supuesto, sería normal que él no me llame, pues tiene la idea de que yo en estos momentos estoy en Colonia, Uruguay. Me pregunto cuánto tiempo habrá esperado Juan en el aeropuerto de Bariloche a Jerry, pues su celular ya no tenía pila y por las prisas olvidó el celular.
 
En segundo lugar, llamé a las oficinas de Buquebús para pedir informes de los paquetes turísticos existentes para visitar los lugares típicos en Colonia; y me dijeron que, debido a la temporada, los boletos están agotados hasta el Lunes próximo. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera decidido no salir la noche de ayer para irme hoy y que, al llegar a la terminal, me hubiera enterado que no podría irme por la falta de cupo en el Buque. O peor aún, que pese a mi cruda, me hubiera puesto las pilas y salido temprano, para después encontrarme con la trágica noticia de que mi esfuerzo había sido en vano. Así que, pues, en vista de que no podré ir a Colonia sino hasta los próximos días, mañana tal vez sí vaya a San Telmo que, dicen, es un barrio con caractéristicas al estilo Coyocán: bohemio, típico, colonial, cultural. Hoy he decidido ser un abuelo sin culpas y permanecer en el hotel viendo tele, rogando que el dolor de cabeza se vaya definitivamente. Quizás un buen baño en la tina ayude.
 
Tercero. Les comento que hoy encontré un comentario a mi relato del día de ayer de una mujer de nombre Mercedes Casal. El mensaje (todos podrán verlo) dice: "No te conozco, encontré tu dirección por casualidad, pero te digo que Buenos Aires es una ciudad bellísima y su gente es muy cálida. Argentina es un país bellísimo. Disfrútalo". En sus palabras no hay nada nuevo para mí. Comencé a saber desde que llegué lo que Argentina, Buenos Aires y su gente son; pero su mensaje fue una deliciosamente alentador y muestra, justamente, la calidez que ella promueve. Siempre he tenido la impresión de que eso de conocer gente a través de internet es para freaks, pero la próxima vez que salgamos a algún lugar, le enviaré un mail esperando que llegue. Digo, nada se pierde ¿no creen?.
 
Cuarto y último. Les debo las fotos del día de ayer porque se acabaron las pilas de la cámara y tuve que tomarlas con mi teléfono. Ya las verán cuando esté por allá. Para lo que sigue, ya están cargadas.
 
 
Estaré en contacto.
 
 
 
  
 
 

Día dos

•14 abril, 2006 • 1 comentario
Es mi primer día solo en Buenos Aires. Les confieso que fue muy difícil ubicarme en tal condición. De pronto estar en un lugar en el que no conozco a nadie y no saber a dónde ni cómo ir, es complicado. Sin embargo, debo confesar, no es tan malo como lo imaginé.
 
Desperté a las 3 de la tarde. Después de hacer un breve ejercicio de conciencia, de recordarme dónde estoy y preguntarme qué es lo que me gustaría hacer dentro de ese universo de posibilidades que se abría, decidí salir a caminar un rato para darme una impresión más amplia de la ciudad y de lo que me rodea. Caminé y aproveché para ir a Puerto Madero, al lugar de donde sale el Buquebús. Después de prenguntar precios y horarios, decidí que mañana iré a Colonia, Montevideo, y probablemente el próximo fin de semana a Punta del Este, también Uruguay, que según los argentinos es el Ibiza latinoamericano.
 
Las fotos están ya aquí y pueden ver lo que yo vi en mi recorrido a pie. Más tarde comí una empanada de carne picante y un mini beaf (que de mini no tuvo nada); tal vez en la noche salga a algún bar pero aún no lo sé. Habrá que estar temprano en el Puerto y todavía no me acostumbro al horario.
 
Ha sido un día tranquilo pero placentero. Hay una serie de cosas, sentimientos y significados que acompañan este viaje, mismos que, por motivos de tiempo, no les he podido comunicar por este medio. Llegué tarde al ciber café y está a punto de cerrarse. Espero poder hacerlo mañana. Besos y abrazos a todos. Nos veremos pronto.
 
 

Buenos Aires (Día uno)

•14 abril, 2006 • Deja un comentario
Ahora entiendo por qué ella,
a quien quisieron enamorar con agüita del Mar Andaluz,
nunca quizo más amor que el del Río de la Plata.
 
 
Finalmente, luego de una serie de contratiempos e incertidumbres vividas en México, y del invaluable apoyo de los que conmigo están, llegué al aeropuerto Ezeiza, en Buenos Aires. El acuerdo con Juan había sido recogerlo en su trabajo para ir al hotel a instalarme, de modo que tomé un taxi que me llevó a la esquina de Arenales y Maipú. Ahí estaba, con la sonrisa y el abrazo preparados para la recepción.
 
– Cocol!!! – dijo.
– Aquí estoy, hermano.
 
Nos dirigimos inmediatamente al Hotel Suipacha, donde permaneceremos hospedados durante estos días. Ambos estábamos cansados; Juan, porque una noche antes había ido de reventón y yo, se habrán de imaginar, porque dormí mucho menos de lo que hubiera deseado en los dos trayectos del avión.
 
Además de su experiencia relativa a la noche anterior y la mía durante el vuelo, en realidad no había mucho que platicar ni nada que actualizar, pues durante este viaje suyo, tal vez sea la época en la que más llamadas teléfonicas recibí de él. De modo que, después de una breve charla acompañada de un sándwich de jamón con queso, decidimos dormir unas cuantas horas. A las diez y media salimos a cenar. Cuando bajamos al Lobby, Gerardo ya estaba ahí.  
 
Nos dirigimos a Palermo, que es a Buenos Aires, lo que la Condesa a la Ciudad de México. Dicen que no fue un buen día para conocerlo porque, por motivos de la semana santa, no había tanta gente como de costumbre y, en consecuencia, el ambiente y calor humano acostumbrado. No obstante, a mí me gustó mucho. Cenamos en un lugar de nombre Santa Cruz. Dicen que Buenos Aires es la Capital del Diseño y creo que no se equivocan. El lugar era increíble. Nos platicaba Gerardo, mexicano pero con un vasto número de visitas y largas estancias en esta ciudad, que los dueños del lugar, previa inauguración, contrataron diseñadores incluso para el corte de pelo de los meseros y meseras. El lugar es hermoso en todos los sentidos, visualmente, auditivamente, en el trato hacia los clientes, en el bordado del mantel, etc.
 
Una hora y media después, llegaron Flor y Pato (Patricia, supongo). Aprovecho este momento para decirles que ahora comprendo a Juan. Estando en México, con más de uno coincidí en que las fotos de las mujeres que Juan había mandado por mail en un par de ocasiones, no eran precisamente las más guapas que hubiera visto en mi vida ni lo que me imaginaba encontrar aquí. Pero Juan no se equivocaba. Todas son inceíblemente hermosas. Lo que sucede es que es un tipo de belleza raro, que no sólo se observa sino que se vibra, se siente; y es impactante. Juan no se equivocaba. Ayer mismo lo viví. De tal manera que, ahora que reciban las fotos que hasta ahora he tomado, seguramente no podrán apreciar lo que yo, la noche de ayer, observé y viví en lugar y tiempo reales.
 
Después de una buena, muy buena cena, y de algunos tragos bien servidos, nos fuimos a un bar que no sé cómo se llama. Es un canta-bar en el que uno conoce a más de un amigo, de ésos con los que se termina diciendo "mi casa es tu casa, y mi país el tuyo. LLega cuando quieras". Después de cantar más de una de Luis Miguel y algunos más, salimos del bar a las 6:20 de la mañana. Pero no crean que era tarde, ni que estábamos cansados, ni que no la hubiéramos seguido tres horas más. Lo que sucede es que nos teníamos que salir inmediatamente, porque el avión de Juan y Gerardo a Bariloche salía a las 7 de la mañana. Así es, cuarenta minuntos más tarde. Buena noche. Magnífica noche.
 
Así que, mientras Juan y Gerardo salían disparados al aeroparque, yo corría a la cama para despertar a las tres de la tarde del día de hoy. Los mantendré al tanto. Saludos a todos.